Entre las explicaciones que se han dado a este fenómeno podemos encontrar una mejor nutrición, una tendencia hacia familias más pequeñas, una mejor educación, una mayor complejidad en el ambiente y la heterosis (Mingroni, 2004). Aunque hay autores que afirman que los elementos más relevantes que explican el fenómeno son las influencias médicas y las nutricionales.
Los últimos avances en neurociencia y sociología
desacreditan cada vez en mayor medida las mediciones del Coeficiente de
Inteligencia. Por ejemplo, se ha demostrado que las condiciones ambientales
influyen más de lo que se creía en la supuesta inteligencia innata, y también
que la inteligencia humana tiene muchas facetas que no suelen medirse en las
baterías de tests.
Sin embargo, estas objeciones al CI entendido como un
número, no le quitan valor a la tendencia descrita por el Efecto Flynn.
Incluso, la hacen más interesante.
A finales de 1970, un filósofo americano y activista de los
derechos civiles llamado James Flynn empezó a investigar la
historia de los coeficientes de inteligencia en un intento de refutar los
estudios publicados por el controvertido académico Arthur Jensen (cuyo
trabajo inspiró en lo menos polémico libro titulado The Bell Curve).
Esta controversia suscitada por Jensen, en pocas palabras,
ponía de manifiesto un presunto margen de diferencia entre la puntuación de los
negros y los blancos. Pero en su intento de demostrar que la tesis de Jensen
era una falacia, Flynn llegó a conclusiones inesperadas.
Al bucear en los archivos militares, Flynn descubrió
que las puntuaciones de los afroamericanos habían subido espectacularmente en
el último cuarto de siglo. Una tendencia que en un principio parecía
confirmar que Jensen se equivocaba y que, en efecto, el ambiente influía en la
inteligencia más de lo que se había creído: el acceso de los afroamericanos al
sistema educativo ponía a los afroamericanos al mismo nivel que los blancos.
Pero también descubrió otra cosa. La puntuación de
los blancos también aumentaba. Y casi al mismo ritmo que la de los
afroamericanos.
Independientemente de la etnia, la clase social o el nivel
educativo, los americanos se estaban volviendo más inteligentes a medida que
transcurrían los años. Flynn cuantificó este cambio: en 40 años, la población
americana había ganado 13,8 puntos de media de coeficiente intelectual.
Si hasta el momento esta tendencia había pasado
desapercibida para la comunidad académica era porque el departamento encargado
de los CI adaptaba de forma rutinaria los exámenes para asegurarse de que una
persona de inteligencia media alcanzara siempre una puntuación media de
100 en el test.
De esta manera, se revisaban cada cierto tiempo los números
y se retocaba el test para asegurarse de que la puntuación media fuera de 100.
Esto quiere decir que incrementaban progresivamente la complejidad de los
tests. Teniendo en cuenta, entonces, este nivel de dificultad progresivo,
estaba claro que las capacidades intelectuales cada vez eran más solventes.
Asumiendo que el CI sólo mide un tipo muy concreto de
inteligencia, estos datos ponían de manifiesto que la genética no era
suficiente para explicar este aumento de inteligencia. El efecto Flynn, pues,
también es una prueba de peso que demuestra que el CI está profundamente
afectado por el entorno.
Así pues, si es el entorno el responsable de que la
inteligencia de los diferentes grupos sociales aumenta cada vez más, ¿qué
factor ambiental o conjunto de ellos ha originado esta escalada que se da en
los modos específicos de inteligencia medida por el CI: resolución de
problemas, razonamiento abstracto, reconocimiento de patrones, lógica espacial?
A pesar de que existan objeciones al CI, psicólogos,
sociólogos y otros expertos en psicometría ya no cuestionan que el efecto Flynn
es real. En la mayoría de países del mundo el CI ha aumentado una media de 3
puntos por cada 10 años. Más aún: este aumento cada vez gana más velocidad.
La media de los Países Bajos, por ejemplo, se incrementó 8 puntos entre 1972 y
1982.
Imaginaos las implicaciones de estos pequeños incrementos:
si una persona que en 1920 era considerada muy inteligente según su CI pudiera
viajar en una máquina del tiempo hasta el año 2000 y se volviera a presentar a
un test de CI? sería considerada inmediatamente como una persona
mediocre.
Los inteligentes de antes ahora son unos obtusos (siempre,
insisto, desde el punto de vista de lo que miden los tests de CI).
Las razones sobre estos cambios tan espectaculares no son
claras. Por ejemplo, podría ser que cada vez estuviéramos más
habituados a los tests de inteligencia (y no digamos ahora, cuando
incluso existen videojuegos que plantean este tipo de problemas como
pasatiempo). Sin embargo, Flynn ya señaló que esto no está tan claro: aunque se
repitiera el mismo test de inteligencia una y otra vez, los posibles beneficios
que reportarían a la persona no superan los 5 o 6 puntos.
Tampoco es probable que el efecto Flynn sea consecuencia de una
mejor alimentación. La altura que tenemos en la edad adulta depende mucho
de la dieta que hemos tenido en los primeros años de nuestra vida. Pero esta
tendencia a ser cada vez más altos, iniciada en el mundo industrializado
durante la mayor parte de los últimos dos siglos, se ha ido estancando en las
décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. No obstante, el
periodo de la posguerra presenta el pico más pronunciado de incremento de CI.
El aumento de inteligencia, pues, no avanza paralelo
al aumento de estatura. También deberían darse mejoras en el funcionamiento
mental en general, y no sólo en el ámbito de la resolución de problemas de
lógica de los tests de CI. Por ejemplo, en lo que se refiere a conocimientos de
historia o competencia matemática, los estudiantes de los EEUU se han quedado
estancados o han ido empeorando durante la mayor parte de los últimos 40 años.
Este hecho también echa por tierra la justificación de que
es la mejora en la educación lo que podría explicar el efecto Flynn. Los
resultados de los estudiantes son cada vez más pobres pero sus puntuaciones a
la hora de resolver estrictos problemas de lógica y abstracción son cada vez
más excelentes.
Así pues, si cada vez tenemos un CI más alto y las razones
que se pueden aportar no tienen que ver con la alimentación ni con las aulas,
¿de dónde procede este incremento cognitivo tan apreciable? Steven
Johson, en su libro The bad is good for you propone
una rompedora hipótesis: la razón estriba en un cambio sustancial de nuestra
dieta ?mental?.
Pensad en el esfuerzo cognitivo y lúdico que debía hacer
fuera de la escuela cualquiera niño de diez años de hace un siglo: leía los
libros que tenía al abasto, jugaba con juguetes o a pelota con los amigos del
vecindario. Pero la mayor parte del tiempo se lo pasaba ayudando a las faenas
de la casa o haciendo de mano de obra infantil. Comparad eso con el nivel de
dominio tecnológico y cultural de un niño de diez años de hoy en día. Ahora
sigue la marcha de un puñado de equipos de deporte profesional, alterna como si
nada la mensajería instantánea con el correo electrónico para poder comunicarse
con sus amigos, y también se sumerge en inmensos mundos virtuales adoptando
nuevas tecnologías multimedia y resolviendo los problemas con toda la naturalidad
del mundo. Gracias al aumento del nivel de vida, estos niños también tienen más
tiempo libre que el de hace tres generaciones. Las aulas pueden que estén
llenas desde hace años, pero los niños de ahora son puestos a prueba
constantemente por nuevos medios audiovisuales y tecnológicos que les inducen a
adquirir estrategias más avanzadas para afrontar la resolución de problemas.
Casi todas las familias con niños pequeños hacen broma explicando cómo el hijo
pequeño sabe programar el video mientras que el papá y la mamá, con todos sus
títulos universitarios, apenas saben programar el despertador.
A juicio de Johson, los padres parecen tomarse con ligereza
estas habilidades, como si sólo fueran conocimientos técnicos superficiales.
Pero la capacidad para asimilar un sistema complejo y aprender las reglas sobre
la marcha es un talento que resulta muy útil en el mundo real. Como sucede al
aprender a jugar al ajedrez: la habilidad en sí no es tan importante como los
principios generales que hay detrás.
En palabras del psicólogo social Carmi Schooler,
el efecto Flynn refleja claramente que el entorno se está volviendo
cada vez más complejo. Hasta el punto de que este entorno acaba
recompensando el esfuerzo cognitivo. En este entorno, los individuos deberían
estar motivados para desarrollar su capacidad intelectual y extrapolar los
procesos cognitivos resultantes a otras situaciones.
La complejidad ambiental se debe a muchos motivos, pero
según Johnson uno de los motivos principales es la aparición de los
medios de masas, de acceso universal y barato, y también de densidad
narrativa y complejidad psicoemocional crecientes: los videojuegos, la
televisión, Internet, el cine y otras formas de entretenimiento interactivo que
te obligan a tomar decisiones en todo momento.
Aunque suena tentador impugnar esta aseveración, por ejemplo
aduciendo que una causa importante de este aumento de complejidad puede deberse
a los entornos urbanos, más densos que los entornos rurales, lo cierto es que
el argumento de Johnson tiene mucho sostén: La mayor parte del mundo
industrializado sufrió esta migración antes de la Segunda Guerra Mundial, y la
principal migración del periodo de la posguerra se produjo de las
ciudades hacia su extrarradio.
Por supuesto, la conexión entre el efecto Flynn y los medios
de comunicación de masas es sólo una hipótesis. Pero existen tantas concordancias
que la apoyan, como bien enumera Johnson en sus páginas, que pocas son las
alternativas para explicar un fenómeno evidente: que el coco cada vez nos
funciona mejor para afrontar determinada clase de desafíos intelectuales.
De nuevo, Johson remata:
El efecto Flynn es más pronunciado en los tests que
evalúan lo que los psicométricos llaman g, el índice que da la medida más
aproximada de lo que se denomina ?inteligencia fluida?. Los tests que miden el
índice g a menudo prescinden de palabras y números que son reemplazados por
preguntas que sólo se valen de imágenes y que evalúan la habilidad del sujeto
para reconocer patrones y completar secuencias de formas y objetos. (?) Si
observas los tests de inteligencia que evalúan aptitudes influenciadas por el
currículum escolar (el test de vocabulario de Wechsler o los tests de
aritmética, por ejemplo), pierdes de vista el incremento espectacular del nivel
de inteligencia; los resultados de los exámenes de selectividad han fluctuado
de manera errática a lo largo de las últimas décadas. Pero si te fijas
exclusivamente en la resolución de problemas no mediatizados por el currículum
escolar y en la capacidad para reconocer patrones, la tendencia vuelve a
hacerse visible.
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