La huelo a ella, y siento frío, y tengo silencio


Tengo frío, esta habitación lo está.
Tengo silencio, esta habitación lo escucha.
Tengo un torrente de emociones, esta habitación no las contiene.
Tengo un corazón que se vacía y se llena, esta habitación no late.
"¿Qué estás pensando?" me pregunta ésta máquina, prolija y mudamente enmarcado el texto de la pregunta. Su mudez incita a la confesión, que no confesaré.

Anoche viví un sueño de ésos en los que uno sabe que está soñando. Quise manejar el sueño, introducir mi voluntad. No pude, mi inconciente --parte de mí mismo-- me condujo. Me conduje, pues, desde mi yo inconciente. Me hablé en lenguaje onírico, me mandé mensajes a mí mismo. Los mensajes se entienden si les prestamos atención, siempre hablan de deseos y miedos, y de caminos para desandarlos.

Escribo siguiendo el azar de los pensamientos, en cuyo brincos creemos que consiste nuestro yo.

Pienso en ella. Cuando se pinta las uñas, más fulminante resulta la belleza de esas manos de ella.
Sí, "fulminante" es el adjetivo.

Y cuando de verlas se pasa a que me toquen, y tan solo con un roce, esas manos de ella son lo inalcanzable alcanzado, lo tierno y lo fogoso fusionados.
Sí, "fogoso" es el adjetivo, de fuego humano, muy humano.

Hay aromas olvidados, archivados en el preconciente, que cuando repentinos aparecen en el ambiente, disparan un volcán interior de vivencias asociadas.
En mi, el poder evocador de los aromas es fortísimo, que entrelazados con palabras de ensueño, resulta fatal para la indiferencia.

La huelo a ella, y siento frío, y tengo silencio.

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